A Lizzy.


Creo que sé cómo te sientes. ¿Sabes lo que es ver a esa persona y morirte de ganas de besar cada centímetro de su piel? ¿Escuchar su voz  y que la tuya se quiebre? Qué cosas tengo, pues claro que lo sabes.

Llevo tiempo enamorado de esa chica, de cómo suspira cuando acaricia su libro favorito, de cómo las miradas huyen de sus ojos de caramelo al hablar de quien robó sus sonrisas. Empezó así, por él, porque ella necesitaba a alguien cuando se quedó sin paraguas y las lágrimas comenzaron a mojar su corazón. Y casualmente yo estaba allí. Y me acabé enamorando. O eso creo. Estar enamorado es algo muy fuerte, pero creo que... no lo sé. Quizá sólo tengo miedo de la soledad, de mí mismo, de los monstruos que viven bajo mis párpados.

¿Sabes lo que es quedarte embobada cada vez que se dirige a ti, no querer hablar por miedo a que se te escape lo mucho que te encantaría acariciar su pelo y que piense que eres demasiado tímida o que no tienes nada interesante que decir? ¿Sabes lo que es tener la sensación de que nunca serás lo suficientemente bueno para esa persona? ¿De que, pase lo que pase, siempre será culpa tuya? Por haberte enamorado, por haberlo intentado, porque en algún momento te asustarás y saldrás corriendo y tal vez esa persona no vaya a buscarte. Porque la vida no es una canción de Taylor Swift. Soy de los pocos que sabe que esas mierdas nunca duran para siempre, que todo tiene un principio y un final que puede alargarse más o menos. "En mi generación el para siempre es casi y en nada se quedó". 

No soy cobarde. Me gusta iniciar las conversaciones, hablar con ella es maravilloso, aunque siempre acabe sonriéndole a la pantalla, si me permites que te robe las palabras. Todos los cafés que hemos tomado al abrigo de nuestra canción... somos amigos, y eso ya es algo. Un algo demasiado grande, un algo que pesa demasiado. La friendzone es un lugar demasiado frío, demasiado oscuro, demasiado asfixiante. ¿Qué hago, Lizzy? No podría soportar perder esos momentos con ella, pero tampoco puedo soportar las ganas de descubrir a qué saben sus labios. Por otro lado no creo que ella quisiera a alguien como yo en su vida de ese modo. Tiene en ella a personas un millón de veces mejores que yo, ¿por qué habría de elegirme a mí?

¿Sabes? He tardado unos cuantos años en darme cuenta, pero en este mundo sólo salen ganando los que van arrasando sin mirar a su alrededor. ¿Qué puedes perder? Stalkear a alguien tiene sus cosas buenas, por lo menos sabes por dónde empezar a buscar cosas en común. O dile a él lo guay que es su camiseta, lo bien que le queda ese nuevo peinado o si las playeras que lleva son nuevas. Pensarás que es cosa de chicas, pero a nosotros también nos hace ilusión escuchar ese tipo de cosas de alguien especial. Nunca se sabe, lo que sí es seguro es que el surrealismo siempre necesita una realidad que negar.

Si siempre te quedas sin tarta, empieza a cocinarla tú. 

Time to be alive.

Fui al concierto de casualidad.

Era verano y aquella noche la luna me sonreía sin yo saberlo. "30 Seconds to Mars vienen a Madrid en octubre", me dijo mi hermana de madrugada. No me entusiasmé porque para mí era un grupo de los que escuchas únicamente cuando te apetece algo movidito, para pasar el rato. "He comprado las entradas", añadió. No me lo quería creer; era de madrugada y pensé que eran efectos del insomnio que gusta de mi compañía en las noches estivales, pero no era así. Era real: iba a ir al concierto de 30 seconds to Mars el 30 de octubre.

Pasaron los días y la emoción me llevó a escuchar sus discos a diario, a todas horas, en todo momento. Las melodías se clavaban en mi alma y las letras en mi corazón. Canciones que hablaban de guerra, de decadencia, de esperanza, de lujuria, de amor, de ciudades construidas con fe y luces, canciones que me instaban a luchar con uñas y dientes por mis sueños, por ser quien yo quiero ser. Me fui acostumbrando a la voz de Jared Leto, esa voz que desgarraba todos mis miedos y los convertía en éxtasis, fui dejando que los ritmos de Shannon y Tomo marcaran las cadencias de mi corazón. Ese grupo del que sólo escuchaba canciones que eran pura energía se convirtió en ese grupo que modeló mi amargura y le confirió forma triangular. Y entonces llegó el día, el concierto. Iba a ver en directo a aquellos que me habían hecho sobrevivir otro verano más.

Las luces mueren, los gritos nacen, la emoción hace hervir mi sangre helada por las horas de espera. Tambores. Esa voz. Dejé de existir durante dos horas. Me convertí en puro éxtasis, en lágrimas cuando cantaron la canción que les abrió las frágiles puertas de mi memoria. Me deshice cuando las cuerdas de la guitarra desataron las notas de la canción que escuché gracias a mi persona favorita, la que me asegura que jamás olvidaré y jamás me arrepentiré. Vibro cuando nos colocamos al borde del precipicio, cuando viajamos a una ciudad habitada por ángeles, cuando nos instan a hacer o morir, a estar vivos. Floto como el confeti, en el aire.

Fin.

Vuelvo a ser un cuerpo, me hallo en plena caída libre, pero me siento viva, porque soy todo eso: soy el amor, la lujuria, la fe, los sueños, la guerra, las mentiras; soy los treinta segundos que se tarda en alcanzar la gloria. 

Por primera vez en muchos meses me permito llorar de verdad, con lágrimas trémulas que en su caída arden, hielan, muerden y curan. Siento de nuevo la vida corriendo por mis venas, y sé que permanecerá ahí al menos durante algún tiempo. El suficiente.

Podría haber sido otro grupo, pero fue ese. Siempre será ese.

Fue la música la que, una vez más, me dio un motivo para alegrarme de estar viva.

Time to be alive, time to do or die.

Sé que no procede.


Sé que esto aquí no procede. Este es un blog de relatos, un espacio para dejar volar la imaginación... pero es que mi imaginación ya no puede ignorar durante más tiempo el muro casi infranqueable que se alza ante ella: la realidad la ha cogido como rehén y se niega a soltarla.

Yo soy buena por naturaleza, como diría el amigo Rousseau, tonta para los que se han empapado de esta nuestra sociedad, imbécil para los que, además, han perdido el respeto. Soy una persona, pienso (e incluso existo... o eso creo) y me doy cuenta de las cosas aunque parezca que no, pero es que además, para bien o para mal, tengo sentimientos (y un lado predominantemente empirista y emotivista, qué se le va a hacer) y el castaño oscuro quedó atrás hace tiempo.

El pasado viernes tuvo lugar la pre Blogger Lit Con, jornada de calentamiento de motores para la gran quedada literaria que tendría lugar al día siguiente en el parque de El Retiro en Madrid, y mi monedero contenía montones de ilusión, felicidad y el dinero justo para el transporte, la cena y un libro. Me disponía a sacar de la máquina el billete de tren (que para mi sorpresa estaba más caro de lo que pensaba) cuando un señor se acercó a mí para venderme su billete por el mismo precio. Temiendo que fuera un timo (no sería la primera vez) rechacé su oferta educadamente, tras lo cual se quedó en silencio por un momento y cuando introduje el dinero en la máquina me dijo: "¿y no podría usted darme aún así algo de chatarrilla para comer?". No llevaba suelto, pero cogí el cambio de la máquina y se lo di sin pensarlo dos veces. "¿Tienes 21 años?", preguntó. "No, 18", mentí. "Tengo yo una hija de 21 años que tuvo que salirse de la universidad porque no podíamos pagarle la matrícula, y a mí con mi edad ya no me cogen en ningún lado. Muchas gracias, de verdad". Le miré a los ojos y me bajé al andén. 

Yo soy muy de darle cien mil vueltas a todo, defectos de fábrica que tiene una, y algo así no podía pasarle desapercibido a mi caótica cabecita. Decía al principio que soy buena por naturaleza, mi forma de ser me insta a ver siempre lo bueno en los demás y lo malo en mí misma, pero hay veces que por los resquicios de mi alma rota se cuela una brizna del aire podrido que respira nuestra sociedad; es entonces cuando los seres humanos se convierten en lobos y a mi conciencia ya no le habla Rousseau sino Hobbes. Ese fue uno de esos momentos. Ahí, minutos después, me paré a pensar que quizá no debería haberle dado el dinero. ¿Y si era mentira? ¿Y si en realidad era una excusa y no tenía ni hija ni problemas laborales? En realidad esto da igual, si era mentira él era un buen actor y yo una buena idiota, pero eso no quita el hecho de que conlleva un gran esfuerzo despojarte de la dignidad y sobre todo del orgullo para mirar a la cara a alguien y pedirle dinero obligado por tu miserable situación, valerte de la esperanza y el altruismo de los demás para dar de comer a tu familia, porque mal que nos pese un plato de ideales aderezados con una pizca de compasión puede llenar el alma y la conciencia, pero el estómago requiere más bien una sopa caliente y algo de pan.

Con esto de la crisis es prácticamente imposible viajar en transporte público y que no haya alguien pidiendo limosna, personas que dependen de la cada vez más escasa caridad de la gente; muchas veces incluso te encuentras varios en la misma estación, en la sala de espera del hospital o, por supuesto, en la calle, por poner ejemplos recientes de propia experiencia. Mi primer impulso es siempre dar alguna monedilla si me piden dinero aunque, como aquel día, tuviera que renunciar a comprarme el libro (sí, al final entre el encarecimiento del billete y mi buena obra no me llegó el dinero), porque creo que es mucho más importante que alguien coma a que yo me compre un libro que acabará cogiendo polvo en la estantería. Y sin embargo hay dos peros: en primer lugar yo no soy una máquina de hacer dinero y en mi casa las cosas tampoco están muy allá, así que, aunque quisiera, no podría dar dinero a todo el que pide. En segundo lugar considero que esa no es ni de lejos la solución a la situación. Sí, muy bien, podemos ayudar a una persona a que coma ese día, que cene, quizá. ¿Pero acaso contribuye eso a que encuentre trabajo? Veinte céntimos, quizá cincuenta si están de buen humor... ¿un euro o dos van a dejar de hacer que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres aún más pobres? ¿Van a eliminar los conceptos desigualitarios "rico" y "pobre"? Que vivan las preguntas retóricas. Podríamos decir que dar limosna a largo plazo es algo verdaderamente inútil porque no son precisamente los pudientes los que la dan y al fin y al cabo es una forma de homogeneizar la pobreza mientras la riqueza sigue ahí, inalcanzable y estancada en una nube. Es una verdadera pena que todos, perdón (mi lado empirista me pide que no generalice), la gran mayoría de los que tienen dos dedos de... diré conciencia (creo que el adjetivo "social" se sobreentiende) por ser políticamente correcta, no tengan los medios para dar la vuelta a las cosas, y que los que poseen los medios carezcan de conciencia. 

Espera, espera, espera. ¿Cómo es eso último? Yo te cuento cómo están las cosas (aunque seguramente ya lo sabrías) y ahí te comas tú el marrón, yo me lavo las manos y tú te buscas la vida, ¿no? ¿Disculpa? ¿Cómo que los que tienen conciencia no tienen medios? Si me permitís el inciso citaré a Aristóteles: "Sólo el hombre, entre los animales, pose la palabra. [...] La palabra existe para manifestar lo conveniente y/o dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto." Conclusión: somos humanos y tenemos el don de la palabra y aún así somos animales, por ello también tenemos voz. ¿Y por qué no hacemos uso de ellas? ¿Por qué no gritamos y hacemos ver a todos lo injusta que es esta situación? Dejad de decir que no podemos hacer nada para cambiar las cosas, porque así sí que no se conseguirá nunca nada, y saber de las injusticias y no hacer nada por solventarlas es casi peor que ignorarlas. "El miedo hiere más que las espadas", pero las palabras pueden llegar a ser un arma aún más poderosa que el miedo. 

Ah, no, los balidos de ovejas no sirven, y de una oveja sola menos (y de una que vive en el sofá viendo a personas encerradas en una casa como ovejas en un redil y lo llaman reality show aún menos). Vivimos en una sociedad que fomenta que seamos individualistas y comodones: primero yo y los demás me dan igual, si hay que moverse paso, etc. ¿y de qué nos sirve eso?  Si hay algo que adore más que algo sin final es el fin de las cosas en sí mismo, ¿pero qué sentido tiene algo que no nos reporta ningún beneficio, es decir, no nos es útil? (Pues sí, resulta que además de empirista y emotivista también soy un poquito utilitarista; Hume estaría orgulloso de mí, lo tengo todo papi) Así pues, y considerando que vivir en sociedad le es más útil al ser humano que la soledad y el individualismo, ¿no deberíamos luchar todos juntos por una sociedad justa e igualitaria en la que merezca la pena vivir? En definitiva, basta ya de mirarse el ombligo, sacarse la roña y tirársela al de al lado; basta ya de quejarse desde el mullido y cómodo sofá: hacer hashtags no servirá de nada si no se pone en práctica lo que se defiende. Merece la pena intentar abrir las ventalas y ventilar esta sociedad que respira un aire podrido y mugriento. 

Me dejo muchas cosas en el tintero, pero tampoco quiero alargarme más y hacer esto eterno. Escribo esto desde mi infinita ignorancia con el mero objetivo de expresar mi punto de vista y mis pensamientos en un momento de procrastinación, porque sí, debería estar estudiando literatura, pero creo que a largo plazo esto podría (o debería) ser un poquito más útil.

PD: os recomiendo un par de vídeos muy buenos de dos grandes de youtube: uno de Lou y otro de Melo.

Ella.






Sueñas. Temes. Gritas. Lloras.
Te clavas agujas si le añoras;
no sientes nada, eres cristal
y silencio, vacío de metal.
Sufres. Te rindes. Huyes. Mueres.







Duerme, como la ciudad que se alza bajo sus pies, tan oscura como sus cabellos. Los suspiros se escapan de sus labios con el ritmo de un corazón que late al tiempo que las estrellas se apagan en el cielo, con la misma melancolía que un verso extraña la mano del poeta que lo abandonó a su muerte en un sueño que jamás llegó a hacerse realidad.

Sueña, como miles de transeúntes que atraviesan las calles de una ciudad tan gris como los edificios que se clavan en el corazón de las nubes. Una página en blanco descansa junto a ella, gritando al viento de otros mundos que la lleven lejos de allí, que la arrastren a una realidad donde sólo exista el vacío que la llena... vacío que se extiende por los entresijos de una mente cargada de dolor. 

Duele, como saber que no hay palabra que la pueda apartar del recuerdo de la nada que un día llenó el vacío que oprime su corazón, como la certeza de que algún día la nostalgia reemplazará a los astros en el cielo y acabará mirando olvidos en lugar de estrellas. Los silencios se arremolinan tratando de borrar las marcas que tantos pensamientos dejaron en su piel y que tantas lágrimas han acabado por ahogar. 

Muere, como cada idea que surcó el mar de dolor en el que se reflejó su mirada cargada de esperanza; olas de sufrimiento que abatieron la compasión y la ternura que habitaban en esos labios que tantos versos robaron a poetas descuidados. Su corazón sigue lanzando dardos envenenados a las estrellas y, al caer, se clavan en ella como tu mirada de cristal, acabando con el último suspiro que quedaba por morir.