Perseide.


Siempre me gustaba hablarte de El Principito aunque sabía que no lo habías leído; aquellas noches robadas al tiempo solía decirte (aunque no lo entendieras) que desde que te conocí tenía otra sonrisa que buscar entre las estrellas y que siempre he pensado que éstas brillan para que cada uno pueda encontrar la suya algún día. Recuerdo como si acabara de suceder el momento en el que te dije aquello, fue mi respuesta a tu "¿por qué yo, por qué me quieres?" Es una de esas preguntas que jamás deberían ser formuladas, y mucho menos contestadas. Pero lo hice. Dibujé un estúpido corazón en el cristal empañado del coche y te solté aquello. Creía que tú eras mi estrella. Y lo fuiste, fuiste mi estrella fugaz, una Perseide a la cual se pide un deseo, en la que vuelcas toda tu esperanza, que te ilumina la mirada brevemente para desaparecer y volver a sumirte en la más rotunda oscuridad. Supongo que el deseo que pides no puede ser que esa estrella se quede ahí siempre, flotando, creciendo con latidos y momentos, iluminando tus noches y tus días. Supongo que nunca leí la letra pequeña. Nunca debí pedirte que te quedaras.

Hablamos también muchas veces sobre las puestas de sol. No sé si recuerdas que aún me debes una en tu sitio mágico. Me debes tantas cosas, tantas promesas que convertir en olvidos, tantas costuras deshilachadas... Aquel invierno yo también te prometí dos cosas que no llegué a cumplir: que no volvería a hacerme daño y que no te volvería a mentir. La primera la rompí al intentar que permanecieras a mi lado, la segunda, al decir que jamás me había sentado a ver una puesta de sol. Creo que tampoco te dije que en ese pequeño libro está la explicación. Siempre me has dicho que para ti sería la chica perfecta si no fuera tan pesimista, cuando te dije que "a veces las chicas tristes tenemos suerte" me respondiste que si de verdad pensaba eso, estabas tomando la decisión adecuada alejándote de mí. Aún me pregunto por qué tardaste tanto en hacerlo si estabas deseándola deseándolo.

Una de las primeras preguntas que me hiciste fue si prefería el atardecer o el amanecer. Para mí era evidente la respuesta. He visto muchas puestas de sol, aunque no sé si llegan a las cuarenta y tres que vio el Principito. ¿Sabes qué es lo más bonito de todo? Que contigo siempre preferí los amaneceres. Desde el primero que me regalaste hasta el último, ese que ya no me pertenecía a mí. 

Pero a ti siempre te pertenecerá ese deseo, siempre serás una de las sonrisas que busque en el cielo, ocupando el lugar de la segunda estrella a la derecha, igual que yo siempre guardaré esa luz que reflejaste en mí. Aunque desaparezcas. Aunque el cielo se vuelva más negro que nunca. Porque si algo he aprendido de verdad es que la noche siempre, siempre, es más oscura justo antes del amanecer.