Fui al concierto de casualidad.
Era verano y aquella noche la luna me sonreía sin yo saberlo. "30 Seconds to Mars vienen a Madrid en octubre", me dijo mi hermana de madrugada. No me entusiasmé porque para mí era un grupo de los que escuchas únicamente cuando te apetece algo movidito, para pasar el rato. "He comprado las entradas", añadió. No me lo quería creer; era de madrugada y pensé que eran efectos del insomnio que gusta de mi compañía en las noches estivales, pero no era así. Era real: iba a ir al concierto de 30 seconds to Mars el 30 de octubre.
Pasaron los días y la emoción me llevó a escuchar sus discos a diario, a todas horas, en todo momento. Las melodías se clavaban en mi alma y las letras en mi corazón. Canciones que hablaban de guerra, de decadencia, de esperanza, de lujuria, de amor, de ciudades construidas con fe y luces, canciones que me instaban a luchar con uñas y dientes por mis sueños, por ser quien yo quiero ser. Me fui acostumbrando a la voz de Jared Leto, esa voz que desgarraba todos mis miedos y los convertía en éxtasis, fui dejando que los ritmos de Shannon y Tomo marcaran las cadencias de mi corazón. Ese grupo del que sólo escuchaba canciones que eran pura energía se convirtió en ese grupo que modeló mi amargura y le confirió forma triangular. Y entonces llegó el día, el concierto. Iba a ver en directo a aquellos que me habían hecho sobrevivir otro verano más.
Las luces mueren, los gritos nacen, la emoción hace hervir mi sangre helada por las horas de espera. Tambores. Esa voz. Dejé de existir durante dos horas. Me convertí en puro éxtasis, en lágrimas cuando cantaron la canción que les abrió las frágiles puertas de mi memoria. Me deshice cuando las cuerdas de la guitarra desataron las notas de la canción que escuché gracias a mi persona favorita, la que me asegura que jamás olvidaré y jamás me arrepentiré. Vibro cuando nos colocamos al borde del precipicio, cuando viajamos a una ciudad habitada por ángeles, cuando nos instan a hacer o morir, a estar vivos. Floto como el confeti, en el aire.
Fin.
Vuelvo a ser un cuerpo, me hallo en plena caída libre, pero me siento viva, porque soy todo eso: soy el amor, la lujuria, la fe, los sueños, la guerra, las mentiras; soy los treinta segundos que se tarda en alcanzar la gloria.
Por primera vez en muchos meses me permito llorar de verdad, con lágrimas trémulas que en su caída arden, hielan, muerden y curan. Siento de nuevo la vida corriendo por mis venas, y sé que permanecerá ahí al menos durante algún tiempo. El suficiente.
Podría haber sido otro grupo, pero fue ese. Siempre será ese.
Fue la música la que, una vez más, me dio un motivo para alegrarme de estar viva.
Time to be alive, time to do or die.
2 comentarios :
Este escrito es pura emoción, y eso me encanta. Se nota que 30 seconds to Mars realmente te tocó la fibra, debió de ser alucinante ir al concierto de un grupo tan grande...
Un abrazo :)
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Solo por si se da la casualidad de que sí, quiero decirte lo mucho que me gusta tu forma de escribir.
Es muy propia y eso me permite comprender tus sentimientos como si fueran míos.
Por escritos como los tuyos otras personas logramos conseguir esa inspiración que a veces escasea. Por eso te doy las gracias.
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